John William Waterhouse: Ninfas encontrando la cabeza de Orfeo (1900)

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Descubrimiento de una estatua de Antinoo, Delfos, 1894

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SER: Paul Eluard

La frente como una bandera perdida
Te arrastro cuando estoy solo
por calles frías
en habitaciones oscuras
gritando miseria

No quiero soltar
tus manos claras y complejas
Nacidas en el cerrado espejo de las mías
Todo lo demás es perfecto
Todo lo demás es aún más inútil
que la vida.

Cava la tierra bajo tu sombra

Un manto de agua cerca de los senos
donde anegarse
como una piedra.

versión: Rodrigo Arriagada Zubieta

imagen: Georg Stefan Troller

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Ezra Pound: El Navegante

Pueda yo contar la verdad en mi propia canción,
Jerga de viaje, y de cómo en días difíciles
Las penurias he resistido.
Amargas preocupaciones en el pecho he soportado,
Conocido en mi quilla muchos temores,
Y terribles oleajes marinos, y con frecuencia muchas veces hice
Vigilancias nocturnas cerca de la proa,
Mientras la nave se lanzaba hacia los acantilados. Castigados por el frío,
Tenía los pies entumecidos por la escarcha.
Las cadenas estaban heladas; irritantes suspiros
Devastaron mi corazón y el hambre engendró
Un estado de ánimo de simple cansancio. Ningún hombre
Que vive en la hermosa tierra firma sabe
Cómo yo he sobrevivido maldito en el mar helado,
Soportado el invierno, miserable y desterrado
Privado de mis parientes;
Rodeado de duros copos de hielo, donde vuela el granizo,
No oía nada excepto el mar embravecido
Y la fría ola de hielo, mientras el cisne gritaba,
Para divertirme imitaba el clamor del alcatraz,
El ruido de las aves marinas me causaba risa,
El canto de las gaviotas era toda mi hidromiel.
Tormentas, batidas en acantilados de piedras, caían sobre la popa²
Como plumas de hielo; a menudo el águila chillaba
Con espuma marina sobre sus alas.
Ningún protector
Puede alegrar a un hombre desamparado.
Poco puede creer aquel que viviendo una vida encantadora
Permaneciendo entre los burgos y el comercio,
Sano y enrojecido por el vino, cómo yo,
A menudo cansado, debo aguardar en el océano.
Cerca de las sombras de la noche, desde el norte nevaba,
La escarcha congelaba la tierra, y el granizo caía sobre la tierra,
El grano más frío. Sin embargo, allí golpeaba entonces
El pensamiento del corazón de que yo, en altas corrientes,
Debía atravesar solo el tumulto de las olas saladas.
Siempre pujaba el deseo de mi espíritu
De seguir siempre adelante, de marcharme lejos
Y encontrar un lugar ajeno.
Porque no existe hombre valeroso en medio de la tierra,
Aunque haya recibido su riqueza, que en su juventud no tenga avaricia;
O que no se haya atrevido a su hazaña, ni sea fiel a su rey,
Que no sienta nostalgia por el oficio del mar,
Sea cual sea la voluntad de su Señor.
No tiene corazón para tocar el arpa, ni para poseer anillos,
Ni encanto para la mujer, ni para el deleite del mundo
Ni ninguna otra cosa, salvo el choque de las olas,
Y el anhelo de navegar sobre el agua.
El bosque florece, llega la belleza de las bayas,
La hermosura a los campos, la tierra se torna más enérgica,
Todo esto interpela al hombre impaciente,
El corazón se vuelve hacia el viaje y piensa entonces
En adentrarse a los lejanos caminos del agua.
Llama el cucú con lúgubre alarido,
Canta hacia el verano, presagiando tristeza,
La amarga sangre del corazón. No sabe —
El hombre próspero — lo que algunos hacen
Cuando errantes viajan a la deriva.
Por eso, cuando mi corazón estalla en el pecho,
Mi estado de ánimo me lleva a las profundidades,
Sobre los acres de la ballena, anhelando deambular lejos.
En el refugio de la tierra hasta mí llega,
Rápido y ansioso, el canto del ave solitaria,
Despierta irresistibles impulsos por el sendero de la ballena,
Por perseguir las huellas del océano; viendo que de cualquier manera
Mi Señor me da esta vida muerta
Como préstamo en esta tierra, y no creo
Que exista un bienestar eterno
Siempre sobreviene algo calamitoso
Que, antes de que se vaya la marea de un hombre, parte esto en dos.
Enfermedad o vejez o contienda de espadas
Golpean el aliento del cuerpo, aferrado a la fatalidad.
Y por eso, un conde cualquiera hablará después —
Alabanza de los vivos — y se jactará de una última palabra,
Para que tenga efecto antes de que muera,
En esta justa tierra contra la malicia de sus enemigos,
Acto atrevido,…
Para que todos los hombres lo honren después
Y su gloria permanezca más allá, entre los ingleses⁷,
Sí, por siempre, una ráfaga de vida duradera
Un deleite entre los valientes.
Los días duran poco,
Así como toda la arrogancia de las riquezas de la tierra,
No habrá entonces ni reyes ni césares
Ni señores que despilfarren oro, como los que se han ido.
Aún en la mayor alegría magnificada,
O quienquiera haya tenido la vida más señorial,
Triste es toda su excelencia, ¡efímeros placeres!
Declina la guardia, pero el mundo se mantiene.
La tumba esconde las preocupaciones. La espada ha caído.
La gloria terrenal envejece y se marchita.
Ningún hombre avanza al paso de la tierra,
Porque la edad va en su contra, su rostro palidece,
Y canoso gime, sabe que sus compañeros se han ido,
Los nobles señores son devueltos a la tierra,
No puede él conservar el manto de carne que lo cubre, cuando la vida acaba,
Ni probar lo dulce ni sentir pena,
Ni mover la mano ni pensar con el corazón,
Y aunque cubrió la tumba de sus hermanos
Con oro, sus cuerpos enterrados
Son un improbable tesoro escondido.

(A partir del texto anglosajón)

versión: Juan Arabia

imagen: The Seafarer medieval

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Taha Muhammad Ali: Té y sueño

paris 1933

Si hay, encima del mundo, un soberano

cuya mano dispensa y arrebata dones,

por cuyo mandato se esparcen las semillas,

por cuya voluntad maduran las cosechas,

en mis plegarias le ruego,

cuando se acerque la hora de mi muerte,

llegados mis días a su fin,

me permita sentarme a beber un sorbo

de té claro, poca azúcar,

en mi vaso predilecto,

a la sombra tranquila,

una larga tarde de verano.

Y si el té y esa tarde postrera

no me fueran concedidos,

que llegue entonces mi momento final

con el sueño sosegado, tras el amanecer.

Si alguna compensación me fuera dada,

pues en mi estadía en este mundo

no destripé ninguna hormiga,

y al huérfano jamás despojé de su moneda,

y a nadie engañé con las medidas de aceite

ni mancillé el velo de una sola golondrina;

yo que siempre encendí un cirio

en la capilla de nuestro señor, Shihab a-Din,

las noches de los viernes;

que nunca intenté derrotar a mis amigos

o a mis vecinos en los juegos,

ni siquiera a los conocidos;

yo que nunca robé trigo ni grano

ni hurté herramientas

pediría

que ahora, para mí, se ordene

que una vez por mes,

o cada dos,

me sea permitido ver

a aquella cuya visión me ha sido denegada,

desde el día de nuestra separación,

cuando éramos jóvenes.

En cuanto a los placeres del mundo por venir,

lo único que pido es

la bendición del sueño, y té.

versión: Avilio Moreno

imagen: Josef Breitenbach

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Joseph Brodsky: No salgan de sus cuartos

 

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No salgan de sus cuartos, no cometan errores,
¿para qué los Marlboro, si fumas Delicados?
Tras la puerta, la dicha, sus gritos: lo insensato.
Salgan para ir al baño, y vuelvan de inmediato.
No salgan de sus cuartos, no enciendan los motores.
Porque afuera el espacio se hace de corredores
y acaba en contador. Si llega una juerguista,
lo mejor será echarla antes que se desvista.
No salgan de sus cuartos. Eviten un resfrío.
Silla y cuatro paredes: ¿qué mayor desafío?
¿Para qué ir a un lugar, y regresar cansado,
idéntico, de noche, pero más mutilado?
No salgan de sus cuartos. Y bailen bossa nova
con zapatos sin medias, en mitad de la alcoba
(sobre el cuerpo desnudo, un abrigo estrujado).
Has escrito mil cartas: una más, demasiado.
No salgan de sus cuartos. Permite que el vacío
suponga tu apariencia. De incógnito, confío,
ergo sum, como forma dentro de la sustancia.
Afuera solo hay té, afuera no está Francia.
No sean tontos, no salgan, no imiten a los otros.
No salgan de sus cuartos. Clausuren los armarios.
Sean pared y sean muebles. Atranquen bien las casas:
afuera Kronos, cosmos, eros, virus y razas. ~

 

versión: Ernesto Hernández Busto

imagen: Evgeny Mokhorev

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W. H. Auden: Detengan los relojes, descuelguen el teléfono

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Detengan los relojes, descuelguen el teléfono,
con un hueso jugoso eviten que el perro ladre,
silencien los pianos y con un sordo timbal
traigan el ataúd, dejen que los dolientes vengan.

Dejen que los aviones nos sobrevuelen en círculos luctuosos
garabateando en el cielo el mensaje Él se ha muerto,
pongan moños alrededor de los cuellos de las palomas
permitan a los policías usar negros guantes de algodón.

Él era mi Norte, mi Sur, mi Este y mi Oeste,
mi semana de trabajo y mi descanso dominical,
mi mediodía, mi medianoche, mi palabra, mi canción;
creía que el amor perduraría por siempre: me equivoqué.

No precisamos las estrellas ahora; apáguenlas todas;
empaquen la luna y desmantelen el sol;
drenen el océano y barran los bosques;
porque desde ahora nada será como antes.

 

versión:  Rodrigo Arriagada Zubieta 

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Sor Juana Inés de la Cruz: Detente

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Detente, sombra, de mi bien esquivo
imagen del hechizo que más quiero,
bella ilusión por quien alegre muero,
dulce ficción por quien penosa vivo.
Si al imán de tus gracias atractivo
sirve mi pecho de obediente acero,
¿para qué me enamoras lisonjero,
si has de burlarme luego fugitivo?
Mas blasonar no puedes satisfecho
de que triunfa de mí tu tiranía;
que aunque dejas burlado el lazo estrecho
que tu forma fantástica ceñía,
poco importa burlar brazos y pecho
si te labra prisión mi fantasía.
imgen: Gerd Ludwig
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Lucian Blaga: Melancolía

Sin título

Un errabundo viento borra sus lágrimas frías
en los cristales. Llueve.
Inquietantes tristezas me llegan, pero todo
el dolor que siento no lo siento en mí,
en el corazón,
en el pecho,
sino en las gotas pasajeras de la lluvia.
Injertado a mi ser el inmenso mundo
con su otoño y su crepúsculo
me duele como una llaga.
Hacia las peñas pasan las nubes de rebosantes ubres.
Y llueve.

 

versión: Darío Novaceanu

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Gottfried Benn: La muerte de Orfeo

Emile Levy - Death of Orpheus 1866 Orsay

 

Cómo me dejas, amada, del Erebo expulsado
en ese inhóspito Rodopi que se aproxima al bosque,

a las bayas bicolores,

a los frutos maduros, creando follaje
tocando la lira
con el dedo en la cuerda.

¡

Tres años ya entre la tormenta del norte!

Es dulce pensar en la muerte,
tan lejana,
se oye la clara voz,

se sienten los besos,
los efímeros y los profundos también,

¡pero tú vagarás entre las sombras!

Cómo me dejas,
por las ninfas de los ríos acosados,
llamado por las bellas de las peñas,

arrullado: “en el bosque desierto
sólo faunos y sátiros, mas tú,
poeta, inauguras
la luz de bronce y un cielo de golondrinas…

desaparece el canto…
¡Olvidar!”

 

¡Amenazan…!

Y una extraña mirada fija.
Y una grande, manchada, jaspeada,
de piel multicolor (“amapola amarilla”)

seduce con humildad y alusiones de castidad,

con lujuria… (¡púrpura
en la copa del amor…!) ¡En balde!

¡Amenazan…!

No, tú no pasarás,
tú no cambiarás
en Yole, Dríope, Procne;
tus rasgos no se mezclarán con Atalanta,

si me es posible, con Laíada,
llamar a Eurídice…

Pero… ¡amenazan…!

y aquí las piedras
no siguen ya a la voz,
al poeta,
el follaje en las hojas crece,

la azada espiga en silencio desnuda…

ahora indefenso para la carnada de las perras,

para la disolución…
ahora ya la pestaña húmeda,
el paladar sangra…

y aquí la lira… bajo el río…

y las riberas cantan…

 

Versión: José Manuel Recillas

imagen: Emile Levy: La muerte de Orfeo

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